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Rea, Carne, René.
Es la hora de la cena. René se
encuentra fumando un puro cubano mientras inspira el aire que proviene de la
copa de Cognac que bate suavemente con su mano izquierda. Admira
silenciosamente la última pieza de arte traída desde África que ha incorporado
a su arca del mal gusto. Una estatua con la figura desnuda del Príncipe Rastafari
Jah chupando una rana que en total mide unos 40 centímetros de altura realizada
en marfil blanco, cuya principal peculiaridad además del renacuajo es que posee
un miembro desproporcionado de 26 centímetros en tamaño real, constituyendo la
pieza más extravagante de su colección personal de macacos porongudos del
mundo.
Mientras tanto, Rita su esposa
hace caer sobre Anita (una de las tantas sirvientas de la enorme finca de cien
hectáreas que habitan en medio de un área remota en la selva ecuatorial) una
reprimenda por la demora en el servicio culinario nocturno. Muestra así la
faceta de la hermosa rea devenida en fina dama que en forma rancia reta a quién
le place, porque su vida de fiaca no tiene mayor encanto que eso. Se ha
convertido en la carie que habita el lateral interior del diente por debajo de
la encía, empecinada en producir cierta molestia como la experimentada por la
audición ante una cuerda que alguien no supo atar al enclavijado apropiadamente,
impidiendo esto afinar dicha hebra canalizadora de sonidos en forma adecuada.
Rita: ¡Anita! Ya tú sabes que
debes aderezar con delicadeza cada feta de carne. Frita además con aceite de
palma el arroz que es cómo le gusta a René su Nasi Goreng. ¡Pronto! (Mientras
comenzaba a aplaudir en señal imperativa de ponerse en movimiento) ¡Hazlo
pronto! ¡Ya, ve!
Anita: Si mi señora.- Dijo la empleada mirando al suelo con voz de
resignación.
La cara de René expresa que se
encuentra preocupado, pues la táctica del saco de café ha llegado a su fin como
medio útil para comercializar su pura arena. Debe tantear otra alternativa afín,
que sin afectar la calidad de su producto pueda saltear tanta inspección y
traba burocrática en las fronteras. Está cansado también de repartir la renta
que su negocio genera al dar a los cerdos de aduaneros, policías, políticos y
otros tantos una pequeña cifra como la que pide el estudiante de economía u
arquitectura uruguayo que va de puerta en puerta ofreciendo una rifa con el
afán de embarcarse en una cita con el mundo.
En este momento cranea cómo
romper la tranca que ata su actual negocio al puerto del fracaso. Está
dispuesto a pagar una tarifa razonable a todo aquél que se quite la careta en
forma sensata haciendo nacer una relación comercial fructífera, pudiendo
levantar del actual trance el cargamento que posee que no cuenta con carta
blanca para viajar.
Tira ideas al azar en busca de
la inspiración pero no es hasta que una imprudente lauchita roza su pie para
abstraerlo de su tormenta creativa. Cuando reacciona, sin éxito tienta de
atestarle un pisotón mortífero en forma fallida, sólo para observar como la
pequeña rata se escapa a través de una rendija con la velocidad con la que un
tren atraviesa un túnel en una montaña… ¡Listo! ¡Eureka, eso es! Construir un
riel subterráneo entre dos puntos con vagones impulsados mediante un sistema de
poleas. No se trata de nada descabellado y le ahorraría un montón de problemas.
Se levanta y comienza a cantar “Azul” de Cristian Castro en forma de
celebración, quizás hasta contrate al ídolo pop latino del que tanto es fan
para festejar su genialidad con una gran fiesta.
Por eso es que René es un buen
traficante…
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