lunes, 19 de marzo de 2012

Otro Ladrillo en el Muro Parte I: El Bonzai

El equipo imperial viajó a Buenos Aires el pasado 9 de Marzo para cubrir el evento sobresaliente en la cartelera musical y artística del mes en Sudamérica, hablamos de la pared levantada por Roger Waters, que comenzó a girar alrededor del mundo por allá en 2010. Nos embarramos un poquito para traerles el resultado digerido en un par de síntesis escritas.


Grandeza y majestuosidad han de ser las palabras que definen la puesta en escena. 
Un despliegue sonoro y visual cómo pocas veces se desarrollan a la hora de montar un espectáculo. Imágenes cargadas de mensajes que manejan dobles intenciones se disparan en dirección a los níveos bloques, así como hacia el público desde la pantalla que nos remite a la floydiana gira Pulse sobre el escenario.

Disfraces, pirotecnia, aviones que se estrellan tras sobrevolar la pared; impactantes ilustraciones proyectadas ante nuestra incrédula mirada; el recuerdo de caídos, desaparecidos y mártires que llenan cada ladrillo del muro; enormes marionetas que intentan adiestrarnos o  que nos develan el enfriamiento de un amor perdido;  un cerdo inflable que busca ser golpeado puesto representa los estereotipos identificados por el artista, como los instrumentos del control ejercido sobre la sociedad por parte de las élites que rigen este mundo, son éstos tan solo algunos de los elementos físicos que captan la atención del espectador que atiende a esta gigantesca cita teatral.

Un detalle que puede manchar la actuación según la lupa con que se la mire, es que por momentos la musicalización se ve apoyada por la reproducción de grabaciones tanto de líneas vocales (aquellas que el cascado Roger no puede alcanzar hoy en día), de pistas sonoras usualmente acompañadas por fragmentos de la brillante película realizada por Alan Parker, así como tomas de cámara del momento que simulan ser en vivo más no lo son. Estos serían los mayores contrapuntos que tiene el concierto del lado del performer, pero en virtud de la hazaña que implica recrear semejante obra, no dañan de modo relevante la valoración final que se pueda realizar de la función a la que se atiende.

El show se presenta bajo dos sets musicales separados por un intermedio, que componen la obra maestra original lanzada en 1979, así como los añadidos extras de “What Shall We Do Now” y “The Last Few Bricks”. Esta ópera rock, cuenta dentro de sí muchas historias en forma conjunta y paralela, demostrando Waters gran versatilidad semántica y lingüística cuando la compusiera. Los motivos estéticos centrales que cimientan la actual presentación disparan sus críticas hacia el capitalismo, la sociedad de consumo enfrentada e indiferente a la pobreza, la guerra con su único producto que es la muerte y la alienación del ser humano que fuera el argumento original de la obra.

Una impresión personal un tanto contradictoria, es que quizás a ese público que se autoproclama el más enérgico del mundo, se le podría cuestionar la comprensión de los mensajes que celebra. Quizás esté errando en este punto, es probable, pero fue una señal de desánimo ver cómo la multitud se enardecía en lo que se trataba  la representación de las actitudes humanas que la obra confronta y rechaza, más no las que propulsa, si es que esto forma parte del juego que propone “The Wall”.
Es así que era posible percatarse de la pasividad de la audiencia cuando sonara la vibrante seguidilla de “The Happiest Days of Our Lives” junto a “Another Brick in the Wall Part II”, dónde un coro de niños rebeldes invitaban al baile y a golpear las manos estrepitosamente, aplausos que no fueron encontrados en el estupor del público esa noche. 

Algo similar ocurrió en el sublime canto anti bélico de “Bring the Boys Back Home”. Justamente en un país y en una época convulsionada por la disputa acerca de la soberanía por los territorios de las Islas Malvinas, que en sí, no son otra cosa que parte de este pequeño y gran mundo que todos habitamos. Resulta pues increíble que no podamos darnos cuenta no debiera existir en realidad tal delimitación, lo mismo para el enfrentamiento generado a raíz de tal conflicto, incitándonos esto a cantar sentidamente semejantes estrofas. Este fragmento musical constituye uno de los momentos más elevados de la actuación, puesto es anticipado por abrazos de reencuentro que erizan la piel, sumado al hecho de que  suena con las palabras de un emotivo discurso que realizara Dwight Eisenhower, proyectándose sus ideas sobre un muro ya completo[i].

El punto más álgido, el de mayor excitación y celebración por parte del público fue justamente luego de finalizada “In the Flesh”, tras haber sido todos los presentes del estadio Monumental ficticiamente acribillados por la versión “Pink” de Waters más fascista. Si hay algo que a los golpes hemos aprendido a repudiar, es justamente las experiencias totalitarias, algo que ningún contingente humano debiera sufrir nunca más, aunque sin embargo forma parte de nuestra vida cotidiana en la esfera terrestre sin que un pelo se nos mueva por tratarse de situaciones distantes muchas veces. 

Se trata de una experiencia magnífica, sumamente enriquecedora desde el punto de vista del entretenimiento a nivel sonoro, estético y sensorial.  Una liberación a la motivación de pensar el mundo en forma personal, no en base a los libros de reglas y estructuras que forman el carácter de las personas desde infantes para homogeneizar las actitudes de los individuos. El principal mensaje habría de ser que el mundo es nuestro, de quiénes lo habitamos hoy en día y está en nosotros que el mismo sea un mejor lugar, no dejarnos estar de qué lo que nos han enseñado ya es lo correcto. Ánimo Roger, ánimo humanidad, podemos salir adelante.


[i] “Every gun that’s made, every warship launched, every rocket fired, signifies in the final sense  a theft, from those who hunger and are not fed, from those who are cold and are not clothed”. Fragmento del discurso de Dwight Eisenhower ante la Sociedad Americana de Editores de Prensa de los Estados Unidos en 1953.

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