lunes, 16 de abril de 2012

LAS CRONICAS DE MORBO CAPITULO I


                                               "LA IGLESIA"

  Luego de los desbundes del ultimo show, León había entrado en una etapa de miedo e introspección, que lo llevó a abandonar la banda e internarse en una clínica de rehabilitación por sus adicciones a la nicotina, la cocaína, las anfetaminas, la cerveza negra bien fría, los pares de media a voluntad en el bondi y los M&M amarillos entre otras. Fueron seis meses de sufrimiento y soledad para el guitarrista más famoso que existía por esas épocas.

  Lo primero que hizo luego de salir de la clínica del Dr. Cáñamo, fue ir hasta la iglesia del barrio y anotarse en el coro. Si bien la música siempre había estado presente en el proceso de desintoxicación, extrañaba aquella sensación de sentirse parte de lo que estaba escuchando y confiaba en que ese era el lugar adecuado para mantenerse alejado de las tentaciones. Tras dos meses de ensayos, el ex guitarrista de Morbo ya se había convertido en el líder del coro y tenia convencido al cura para hacer una actuación en vivo en la tarde del domingo de pascuas.

Aquel día la iglesia había duplicado el promedio de cristianos que venia teniendo en los últimos años, los que estuvieron acompañados por un cortejo de más de doscientos adolescentes peludos, vestidos con remeras de Morbo, jeans rotos y zapatillas gastadas. En una pequeña habitación tras bambalinas, León calentaba su voz junto con la del resto de los cantantes, cuando un murmullo lejano le robó la atención. Al principio parecía una especie de zumbido de mosquito, pero enseguida fue creciendo hasta tornarse ineludible. Fue ahí cuando decidió acercarse hasta el improvisado escenario y husmear por entre las sabanas que hacían de telón. La conexión espiritual con la música, la paz mental y el regocijo por la vuelta al ruedo que buscaba con la petit demostración, de pronto habían sido suplantados por un montón de mugrientos que mantricamente coreaban lo que parecía ser el hit del momento:
“Que alegría que alegría. Ole ole ola
Con el Papa y unas monjas, nos vamo´ a enfiestar
Ya copamo´ la iglesia, esto es un descontrol
Morbo y el Vaticano un solo corazón”
 
 Tres de los peludos se habían colado hasta el altar y desde ahí agitaban sus brazos y golpeaban el concreto simulando un tambor. Otros dos estaban parados sobre los bancos, uno en cada punta y sostenían una pancarta que rezaba “El cerro presente. Por vos me crucifico y resucito a los 2 días”. Un par mas, aprovechando las distracciones, entraron al cuarto del cura y arrasaron con toda la sangre de cristo habida, para después comercializarla con el resto de los rockeros. El “alemán”, jefe de la barra, recorría la iglesia pasando por entre las gentes, sosteniendo un crucifijo boca abajo, al grito de “La iglesia miente!!! No se dejen engañar!!! Yo fui a colegio católico”. Al mismo tiempo, un último fanático, terminaba de colocar un cartón con forma de flecha con la leyenda “Encienda su porro aquí”, apuntando hacia el candil.


  Mientras tanto, en el cuartito del fondo, León estaba a dos pasadas de crear un surco en la habitación. Su ansiedad era incontenible, estaba al borde del colapso. Atormentado huyó hacia el confesionario, en donde no encontró mejor idea que confesarse…

  “Hola Dios. ¿En que andas? Antes que nada quiero pedirte disculpas por el lío que arme en tu casa. Bua… teniendo en cuenta que tenes millones de casas todas llenas de oro ni te deberías acordar de esta. Es como que un magnate londinense se compre un chalé de veraneo en las Toscas. En fin… Te llamaba haber si me das una manito. Me hablaron mucho de tu trabajo, la verdad tenes muy buenas referencias, y ni bien salí de la rehabilitación pensé que acercarme a tu mundo podía ser la solución a mis problemas. Pero ya ves que no. Parece que me persiguen. Un año atrás podría haber dominado a estas masas como si fueran mis mascotas, pero hoy no siento la misma seguridad. Ya no se si tengo lo necesario. Por eso te pido por favor, que me ilumines con tus palabras, que me regales un consejo. Querido amiguito Dios, por favor dame una señal”. En ese preciso instante abrió sus ojos y reconoció ahí, justo al lado de sus codos, una canasta repleta de hostias prontas para comulgar a los fieles. Sus pupilas se dilataron y los ojos le empezaron a brillar como si una lamparita se hubiera prendido dentro de su cabeza. Tomó un puñado de los blancos e insulsos redondelitos y los apretó con todas sus fuerzas hasta dejarlos hechos polvo. Armó  tres líneas casi perfectas y se las esnifó. “A tu salud amiguito” dijo antes de la tercera, ya sintiendo el pegue de las dos anteriores.


  El momento de salir a escena llegó. Invadido por la adrenalina tomó el micrófono… “Buenas tardes Montevideo!!!”. Vomitó una metralleta de palabras que todas juntas no significaban nada, para terminar explicando que iban a cantar una versión del “Ave Maria” mucho menos gay que la de David Bisbal, intitulada “Arde Maria”. El “alemán” codeaba al cura sentado en la primer fila mientras le decía al oído “esto es rock padre, esto es rock”

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